¿Somos nosotros los que buscamos la pureza de estas comunidades o son ellas las que nos impregnan con su pureza?

Cuando caminas y compartes con ellos, puedes percibir que crecen y están un poco más abiertos al mundo a través de la tecnología, están entrelazados con el inevitable y creciente universo tecnológico, que los comunica con la realidad de donde nosotros venimos, saturados y buscando un poco de esa paz y pureza que ellos por naturaleza poseen, a veces, sin saber.

La aparente inocencia, se puede confundir con el hambre de saber más de ese mundo de donde ellos vienen, nosotros, forasteros, curiosos con deseo de ayudarlos a preservar lo que nosotros hemos perdido.

Los regalos de América, por más simples que sean, son la tentación para descubrir o buscar nuevas cosas, ideas o tierras.

Esa escultura que compramos o nos regalan, es como traer parte de ellos a nuestra realidad.

¿Es ese el concepto que queremos divulgar para preservar la pureza de esta tierra virgen y sus comunidades intactas? O es el inevitable proceso de la evolución de las culturas, que por miles de años ha estado afectando a nuestra raza indígena.

“Siembra un Árbol y Conquista la Sonrisa de un Niño” ha sido siempre el mensaje que María Elena ha impulsado como medio para compartirle al planeta que todavía existen en el mundo, comunidades y tribus autóctonas que pueden subsistir sin la necesidad de la modernidad.

También mostrar a toda la comunidad internacional, que, de una manera u otra, dependemos ecológicamente de este ecosistema y por lo tanto, debe ser conservado.

Por eso con nuestros grupos, siempre sembramos un nuevo árbol, con la asignación de un ahijado de la comunidad, quien planta no solo la semilla que debe ser la que mantenga el concepto, sino también la que comunique la importancia de propagar la necesidad de mantener la pureza de nuestros páramos y montañas andinas.

Concepto que, como tal, es el pilar de nuestra filosofía que empezó un día con la idea de dar a conocer el concepto de no solo vivir, sino también, de preservar nuestros ecosistemas para futuras generaciones. Aquellas que inevitablemente afectadas por nosotros, podrán guiarnos por un mejor camino hacia nuestro despertar espiritual y material.

Siendo conscientes de que hay algo que hemos perdido, pero que no sabemos cómo recuperar, hacemos presencia al menos de forma física como turistas, para contribuir con nuestro amor y un granito de arena a estas comunidades, como intercambio por lo que ellas nos entregan con su sabiduría ancestral y la conexión con la naturaleza de la tierra madre.

¡Y es mejor contribuir que huir!

Gracias,
Fernando Tenorio